Entendiendo que prácticamente las religiones son coincidentes en reconocer que Dios es Amor, resultaría inaceptable que el ser humano, fruto de ese Amor, se allanara a una vida material donde el sufrimiento fuese el común denominador de su existencia. Cabe preguntar entonces: Dios es Amor o simplemente el resultado de la errónea interpretación de las religiones que tal vez por temor a Él, claudicaron ante el análisis descarnado de su inmensa Sabiduría y Bondad. Para el esclarecimiento totalmente razonado y lógico, debemos recurrir a una catarsis de conocimientos que provienen desde muy antiguo y que retaceados u olvidados por el paso del tiempo, llegarían a facilitarnos una interpretación clara y sencilla de este argumento que nos ofrece la historia. Cinco siglos antes que Jesús de Nazareth llegar con su misión Redentora a nuestro mundo material, un conocido matemático y filosofo griego, Pitágoras, sostuvo como única base para el conocimiento de la razón del sufrimiento humano, una doctrina que denomino Metempsicosis o Palingenesia, que hoy actualizada se conoce como Ley de la Reencarnación. Señala que, todo ser que llega a la vida, varón o mujer, es portador en mayor o menor responsabilidad moral por ante la Justicia de Dios. Sostenía que los espíritus encarnaban para saldar “deudas” de anteriores vidas o encarnaciones, representando esta la dolorosa causa de las alternativas desfavorables, que algunos atribuyen al destino. De hecho, nuestro mundo material es el lugar prefijado – entre otros – donde llegan espíritus para nacer de nuevo a la vida y por la misma idiosincrasia de quienes habitamos desconociendo el principio básico de nuestra llegada, pretendemos encontrar un mundo de felicidad, situación poco posible, si se tiene en cuenta que quienes nacen a la vida no son espíritus Superiores, sino simplemente aquellos con un remanente de errores cometidos, que debemos superar a través de buenas acciones, con honestidad y autenticidad, como hermanos que somos. El proceder erróneo hace que nuestras actitudes causen sufrimiento, y este por resonancia, se expanda hacia todas las latitudes transformadas en intolerancia e incomprensión que tanto hieren y mortifican. Esto a su vez, nos permite conocer que la palabra “destino” no es empleada correctamente, si se tiene en cuenta que ella significa “el encadenamiento de los hechos que se consideran necesarios y fatales”. Por lo tanto, “reparación” debe ser utilizada como expresión necesaria, toda vez que el denominado destino podría ser alterado equivocadamente con nuestro comportamiento hacia los demás seres humanos. Si él es honesto, sincero, fraternal y, en cambio, si es deshonesto y grosero, acumularemos más deudas ante la Justicia Suprema. Esta es una de las soluciones para los problemas humanos que aporta el espiritismo científico, alcanzando otras que iremos determinando en su momento. De ahí una expresión poco conocida, pero no por eso menos cierta que dice: “Hacer el Bien, es buen negocio”. Ante este conocimiento, debemos interpretar la real magnificencia de Dios y eliminar la equivocada interpretación del Perdón que ofrecía a sus hijos, tanto honestos como deshonestos, tanto morales como inmorales, escrupulosos como inescrupulosos, porque ante estas situaciones asimétricas igualarlos, resultaría incomprensible. Dios en su inmensa sabiduría, no castiga porque si así lo hiciera no sería el Padre equitativo y con Amor pleno que asimismo en Él, y no perdona, porque igualar en el error a los descarriados con los justos y nobles, representaría a todas luces una diferencia notable hacia sus hijos. Para lograr la estricta igualdad, ofrece la oportunidad de la Reencarnación para que aquellos que no evolucionaron hacia el Bien, puedan lograrlo por mérito. Este es el real perdón que nuestro Justo Padre nos ofrece para regresar a su lado.